martes, 15 de noviembre de 2011

El Canto Popular en la ciudad de Santiago: Los versos escritos de la Lira Popular (1860-1930)




Hubo una época en nuestro país en que la música y la poesía popular[1] abundaban por las calles de Santiago. Versos de poemas en décimas, cuartetas, seguidillas, brindis y contrapuntos, eran impresos, memorizados y cantados una y otra vez, al ritmo de cuecas y tonadas, entre los sectores populares de la población citadina que por entonces experimentaban su reciente arribo a la capital provenientes de las zonas rurales. A través de la poesía de la tradición del Canto a lo poeta, los nuevos habitantes de Santiago, intentaban preservar su historia y su memoria, además de transmitir las noticias más relevantes del momento vistas desde la propia visión del pueblo campesino[2]. De esta forma, los sujetos marginados del mundo letrado y la historia “oficial”, podían enterarse tanto de los últimos eventos a nivel nacional, como de la muerte del viejo cantor del barrio o lo sucedido en el último fusilamiento público. Y no tan sólo describir lo acontecido, sino también alzar la “voz” para defender un punto de vista y manifestar una opinión crítica respecto a los hechos de contingencia y la particular situación social en que vivía el amplio sector popular del Chile de fines del XIX e inicios del XX, momento que coincide con el inicio de la migración masiva del campo a la ciudad y que ha de significar profundos cambios sociales, económicos y políticos que han de cambiar el destino de Santiago de Chile para siempre.



La migración campo ciudad

A partir de la segunda mitad del siglo XIX una gran oleada de campesinos comienza a instalarse en los barrios periféricos de las grandes urbes[3]: familias enteras viajan desde las zonas rurales a la capital del país esperanzadas en las nuevas oportunidades de trabajo que aparentemente ofrecía el comercio y la industria[4]. Pero una vez instalados en Santiago, se percatan que la ciudad real no es como la imaginaban en el campo: Santiago se presenta como un espacio inhóspito y hostil. Mientras la elite santiaguina construye cada vez más vecindarios elegantes y nuevos proyectos urbanísticos de lujosos palacios, avenidas y parques al más puro estilo europeo; una gran cantidad de hombres, mujeres y niños vagan por la ciudad intentando encontrar un lugar para vivir que no sea al lado del desagüe.[5]
En general, las condiciones de vida en la ciudad empeoraron significativamente para los sujetos campesinos en comparación a la calidad de vida que mantenían en el campo. Al no contar con la posibilidad de trabajar la tierra para obtener los recursos con los cuales alimentarse, su nutrición y salud se vio profundamente afectada. Una baja alimentación los hacía más propensos a las enfermedades, lo que sumado a la ausencia de los servicios mínimos de higiene, medicina y salubridad causaron graves y constantes epidemias como la viruela, el tifus, el cólera, la sífilis, por nombrar algunas.
Pero la situación va mucho más allá de cubrir o no las necesidades básicas, hay un tema de sentido que también afectaba. Los campesinos no sólo dejan un espacio físico de entorno natural y apacible para instalarse en uno artificial, en constante movimiento y sumamente hostil, sino que también abandonan toda una “matriz de sentido” que ordenaba su día a día. En la ciudad, si bien experimentan los beneficios de la independencia del patrón, también han de vivir las dificultades derivadas de la desaparición del inquilinaje[6], el sistema social y económico propio de la antigua hacienda tradicional chilena del período colonial y que hasta ese entonces había organizado el quehacer cotidiano de la vida rural durante siglos.
Al verse desprendidos de las costumbres y el entorno cultural de la vida del campo, los nuevos habitantes de Santiago viven un profundo estado de desarraigo y enajenación, lo que para el escritor Ángel Rama se constituye en una sensación cotidiana de “extrañamiento”:
(…) las masas inmigrantes, internas o externas, que entraban a un escenario con el cual no tenían una historia común y al que por lo tanto contemplaban, por el largo tiempo de su asentamiento, como un universo ajeno. Hubo por lo tanto una generalizada experiencia de desarraigo al entrar la ciudad al movimiento que regía el sistema económico expansivo de la época: los ciudadanos ya establecidos de antes veían desvanecerse el pasado y se sentían arrojados a la precariedad, a la transformación, al futuro; los ciudadanos nuevos, por el sólo hecho de su traslado…, ya estaban viviendo ese estado de precariedad, carecían de vínculos emocionales con el escenario urbano (…) todo contribuyó a la inestabilidad, a la pérdida de pasado, a la conquista de futuro. La ciudad empezó a vivir para un imprevisible y soñado mañana y dejó de vivir para el ayer nostálgico e identificador. Difícil situación para los ciudadanos. Su experiencia cotidiana fue la del extrañamiento” (77)

Para hacer frente a dicha situación, los ciudadanos nuevos a los que se refiere Rama, echan mano a sus raíces y, por tanto, al cultivo de sus tradiciones como una forma de conectarse con su pasado identitario. Como consecuencia, Santiago comienza a ser testigo de una irrupción poética y creativa de suma riqueza, cuyos versos cantados se constituyen en la forma de expresión propia del pueblo campesino, por medio del cual la comunidad organiza su conocimiento, configura su historia y ayuda a mantener viva su memoria. Los versos de tradición se transforman, entonces, en la vía de superación de tantas penas y quebrantos que la ciudad imponía a los recién llegados.
De lo anterior podríamos desprender y plantear como determinante el rol que juega el canto popular en la ciudad a través del contenido tradicional de sus versos. Las expresiones populares se materializan por la decantación de experiencias vivas y originarias, compartidas entre los miembros de una comunidad que, reunidos en situación de encuentro, intercambian sus vivencias, las confrontan y las alimentan recíprocamente. Luis Alberto Romero, historiador e investigador de la cultura latinoamericana, comenta dicho proceso:
Se trata de un proceso largo y complejo, en el que las experiencias originarias son olvidadas y luego recordadas; la memoria, operando selectivamente, realiza sucesivas decantaciones hasta que finalmente la experiencia sedimentada, desvanecidos los elementos singulares y transformada en un modo de pensar o de sentir que se incorpora a la conciencia colectiva y vuelve a operar como filtro y retícula de nuevas experiencias (Romero: 205)
De acuerdo a esto, el Canto a lo poeta, al ser una práctica de tan larga tradición, se constituye como un importante referente en la materialización de aquel proceso descrito por Romero. Hemos de añadir que si bien se trata de una práctica perteneciente a la oralidad a través del canto y la recitación, sus versos comienzan a escribirse una vez que se inicia la migración del campo a la ciudad. Pero en la urbe la poesía popular cobra una significación un tanto diferente a como se daba en el espacio rural. En el campo, los versos se manifiestan y se tejen en el compartir, en situación de encuentro comunitario donde cantores y poetas animan con guitarra en mano las fiestas y celebraciones. Trillas, novenas, velorios de angelitos, matrimonios, equinazos, entre otras tantas instancias de reunión comunitaria, eran impensables sin la presencia del cantor y la cantora, sin la música y la poesía. Los versos cantados contenían el sustrato del saber, el legado del pueblo que sería traspasado a las futuras generaciones de boca en boca por medio del canto.
En Santiago la situación es distinta, ya no se cuenta con el tiempo mismo tiempo para celebrar, ni las poesías de tradición surgen en forma espontánea como un intento de propiciar aquella comunidad perdida del ámbito rural para prolongarla en el nuevo espacio citadino (aunque se trate de una comunidad virtual imaginada, sin la experiencia física y real de encuentro que si se daba en el espacio comunitario del campo). De la escucha profunda de los encuentros a lo poeta Los versos cantados de la tradición del Canto a lo poeta, en la ciudad pasan. vendrían a reactualizar el trasfondo valórico y la “matriz de sentido” que regía la vida de una comunidad que, inmersa en la hostil ciudad, parecía quedarse perdida.



[1] La poesía popular mezcla lo que se podría llamar “Sabiduría Popular”, con travesuras y picardía de la gente del pueblo, también con acontecimientos históricos, episodios bíblicos, la fe y la devoción religiosa. Se diferencia de la poesía culta de la elite, por haber crecido en el corazón del pueblo campesino. Mezcla el lenguaje culto con el popular, dando origen a una nueva poesía que utiliza “chilenismos” y formas del habla campesina con las mejores palabras de la poesía culta. (Ceroni: 18)


[2] La interpretación de los hechos desde el punto de vista de los sectores populares (pueblo campesino instalado en la ciudad) muchas veces se opone a la versión “oficial” de lo ocurrido realizada por la clase hegemónica del período, la oligarquía.


[3] La ciudad del XIX era el ícono y el estandarte de la modernidad: representaba el orden y el progreso, lugar de la cultura, del trabajo, la industria y el comercio, del futuro anhelado y soñado. Hasta ella llegaba una gran cantidad de sujetos motivados por la búsqueda de mejores condiciones de vida.


[4] El auge económico que experimentaba el país se debió a la explotación minera y la creciente industria del salitre luego del triunfo de la Guerra del Pacífico.

[5] En contraste, hacia 1895 nuevas poblaciones comienzan a tomarse los terrenos sur y oeste de la capital. Áreas residenciales de grupos medios y altos habitaban los barrios Yungay y Dieciocho, con límites en la Quinta Normal y Campo Marte. Hacia el poniente y sur de Santiago reaparecían los rancheríos, con sus calles de polvo en verano y el barrial en invierno, las acequias contaminadas y los basurales. La ciudad de los arrabales con sus escasos recursos, sus problemas sanitarios, urbanísticos y sociales (Pedraza, 7-8)

[6] El sistema de inquilinaje alude al particular vínculo de confianza, y protección que prestaba el patrón de la hacienda a sus inquilinos (los campesinos), quienes a su vez, se comprometían a trabajar la tierra y realizar otras faenas a cambio de que se les conceda un lugar para vivir y consumir de su producción.


Por Caro Chacana

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